Nadie pierde (en inglés Nonzero), de Robert Wright, lleva el subtítulo “La teoría de juegos y la lógica del destino humano”. Aún no sé si su autor es un historiador, un antropólogo o un economista, pero sí que trata uno de los temas estrella de las disciplinas humanísticas: el origen de las sociedades complejas, del estado, que a mí personalmente siempre me ha tenido mosqueado. Devoré sus primeras cien páginas, más o menos, y me cansó luego un poco su tono ingeniosillo (pero si tiene razón, ¿qué más da?) y su verbosidad.
Claro que mi entusiasmo es interesado, porque confirma algunas de las ideas que sostengo en el último capítulo de mi ¿proyecto? El origen naval de la arquitectura y la escultura griega. Me explico. Sostiene el autor, de acuerdo con la teoría de juegos, que los juegos de suma no nula (cooperación para entendernos) son el pegamento que crea las sociedades. Hasta ahí muy simple y evidente. Que el comercio es una de las formas más habituales de cooperación, lógico también, y que su expansión lleva aparejado el aumento del tamaño de los estados. Siendo esto último cierto, me resulta chocante la forma en que se ha ninguneado el papel del comercio en el análisis de las grandes culturas antiguas; yo, por mi parte, sostenía que el comercio era precisamente la actividad que hacía arrancar al estado. Wright también repite a lo largo de todo su libro que la principal razón de ser del estado es la de crear un espacio propicio a los intercambios comerciales mediante el establecimiento de la paz (monopolio de la violencia) y el derecho. El autor incluso habla de mis queridos piratas y salteadores de caminos:
«Unos de los primeros objetivos de la expansión romana, en el siglo III a.C., fue acabar con la piratería, para proteger el comercio itálico (…) Fue uno de los motivos por los que la Pax Romana se tradujo en riqueza. Creó no sólo una zona libre de conflictos bélicos, sino además una zona (relativamente) libre de bandidos.» (pp. 136-7)
«Preguntemos a un historiador qué dos cosas engrandecieron Roma y se convirtieron en hitos que la posteridad quiso emular, y lo más seguro es que oigamos: “Las carreteras y el derecho”». (p. 137)
Especialemente delicioso me ha resultado conocer que un tal Elman R. Service, autor de Los orígenes del Estado y la civilización (ISBN: 84-206-8083-4), sostenía que «…las jefaturas solían formarse cuando varias aldeas próximas entre sí quedaban vinculadas por el comercio; la aldea situada en el centro sería naturalmente la más rica y se volvería dominante poco a poco» (p.73). Haber redescubierto el Mediterráneo me hacer sentir bien en compañía tan prestigiosa.
Pero no todo está perdido. Ni el autor de Nadie pierde, ni los teóricos que se baten a duelo en sus páginas, parecen haberse dado cuenta de la importancia del bloqueo del comercio fluvial y marítimo, ni de que los primeros reyes bien pudieron ser capitanes. Y ya puestos, sus palacios, almacenes y templos, barcos puestos del revés. Alguien debería mandarle un mail a este chico.
Por cierto, juro y perjuro que antes de tener un blog yo no era tan pedante. No sé qué me está pasando. ¿Alguna idea?
Actualizado 12/3/2006. El mail está mandado y el autor me ha contestado muy amigablemente a vuelta de correo. Claro que no tiene tiempo de leerse lo mío, pero tampoco esperaba tanto. Esto de internet es la hostia.
Actualizado 13/3/2006. Sobre la pedantería en los blogs copio y pego una cita muy certera del frontispicio de VanityFea (“frontispicio”, sí, he dicho): “Algo hay en el formato mismo de los blogs que parece fomentar un desarrollo casi canceroso de nuestro ego” (John Hiler).
Comentarios
JoseAngel #
Sobre la pedantería, léete el epígrafe de mi blog. Tranquilo que también aquí estás en buena compañía.
La lógica de la teoría mafiosa de la civilización llevaría al imperialismo global, ¿no? El fin de la historia y demás, con el libre mercado según la normativa americana. Si ese es el final de la globalización, el mercado local, y el comercio naval luego, parecen ser el principio. Hay para contar una larga historia, si te animas.
pómpilo #
No lo he puesto por escrito, precisamente porque no me animo (el libro sestea el sueño de los justos), pero te gustará oir una derivación de la teoría del origen mafioso… (no “teoría mafiosa de…” ojo).
Los primeros reyes estrangulaban el comercio en las portae y cobraban peaje mafioso sobre las mercancías porque sólo había mercancías, no moneda. Cuando la hubo siguieron cobrando sobre las mercancías porque las monedas se contrabandean muy fácilmente. Pero con la llegada de las transacciones electrónicas del dinero, las cosas han cambiado. Resulta que se han creado nuevas portae más ventajosas. Son los ordenadores centrales de los bancos. Son pocos, y basta con que el estado llegue a un acuerdo con los bancos para tener acceso libre a sus registros para que todo haya cambiado. Entre estrangular las mercancías en puertos y fronteras o estrangular su equivalente monetario es mucho más ventajoso esto último. Ahora el equivalente del antiguo contrabando es el dinero negro que se oculta a la inspección de Hacienda.
Pero, más importante aún, los bancos, prestándose a esta tarea, se han convertido de hecho en una extensión del Ministerio de Hacienda (el más importante, junto con el de la Guerra). Y como soporte principal del estado que son, han cobrado su colaboración en oro. Así que decir, como todos decimos por intuición, que los bancos son los dueños de este país, no es en absoluto una hipérbole.
Y otra derivación. Al poderío militar con el que se controlaban las rutas comerciales se ha unido el poder que da el control del software y las redes que mueven todo el dinero a lo largo y ancho del mundo. ¿Tienen los sistemas operativos puertas traseras por las que entran a su antojo los mamporreros del imperio americano? He ahí otra guerra silenciosa, la del software libre, los hackers, virus, etc. Lo del fin de la historia lo dejamos para otro día.
JoseAngel #
Me gusta, me gusta. Bueno, me asusta la convergencia del Estado con el control del consumo y con la vigilancia electrónica. Me acabo de pedir un libro sobre el tema, ya te contaré.