Cinco poemas para Ángel González

· Categoría · Comentarios: 3  

Escribí este librito hace veinte años. Fue el fruto de un desamor. De hecho éste del desamor es el único subgénero poético que cultivo, ya que uso la poesía con finalidad terapéutica, como un remedio que me ayuda a transitar las noches de dolor. Entre eso y el paso del tiempo, al final siempre me curo.

Escribí estos poemas por desamor de mi nunca del todo olvidada P., pero decidí reunirlos y titularlos en honor del poeta Ángel González, si no el mejor del siglo XX, el más cercano a mi sensibilidad de aquellos años. Edité el librito en una edición artesanal de 12 ejemplares numerados y firmados que fui regalando. Cuelgo aquí su versión electrónica en formato pdf, prácticamente un facsimile de la edición en papel.

Portada del librito Cinco poemas para Ángel González

Recuerdo perfectamente el proceso de diseño. Desde que tuve la ocurrencia de crearlo, fui decidiendo exclusivamente in mente, durante un par de semanas, los tipos de letra, la clase de papel, el colofón, el nombre de la supuesta editorial… Y sólo cuando todos los detalles estaban decididos, encendí el ordenador y convertí lo que era una imagen mental en un objeto impreso. Imprimí la portada en papel de estraza, basto pero cotidiano como la poesía de mi modelo poético Á. G., nada parnasiana, y la mía misma. Incluí una fotografía mía pegada en las páginas iniciales, como había visto que se hacía en una preciosa edición encuadernada en tela de La casa solitaria de Robert L. Stevenson. E inventé un recurso editorial que no vi nunca antes ni he visto después en libro alguno: desglosé una cita de Francisco Umbral («Puedo escribirlo todo, pero la literatura es la distancia definitiva que perpetuamos entre nosotros y las cosas») en cada una de sus palabras, y las hice acompañar a la numeración al pie de cada página. Así, la única manera de desentrañar la adivinanza y leer la cita completa, consistía en pasar una a una todas las páginas del libro leyendo en cada una sólo una palabra. ¿Cómo coincidió el número de páginas con el número de palabras de la cita? Una casualidad afortunada.

Retrato del poeta español Ángel González
Ángel González. Fuente: ?

Envié un ejemplar del librito al propio Ángel González, junto con una carta muy osada, a la genérica dirección postal de «Real Academia Española de la Lengua, Madrid» —o algo así— porque recientemente había sido nombrado académico, aunque faltaba tiempo para que tomara posesión de su sillón. Me olvidé de todo y meses después, para mi sorpresa, recibí en casa un pequeño paquete remitido por el propio Ángel González (a través de su secretario/a personal, imagino) que incluía un ejemplar de su discurso de ingreso en la Real Academia con una amable dedicatoria personal. Hoy este libro es uno de los pocos y modestos tesoros de mi biblioteca.

Hace un tiempo pensé en rescatar el librito del olvido y publicarlo aquí, pero me detuvo el sentido del ridículo. Contiene pasajes que ahora me parecen irremediablemente cursis, por el uso del diminutivo mayormente, aunque sé que esta apreciación depende completamente de la mirada del observador. Sin embargo hoy lo contemplo con la piedad de un arqueólogo: aquél ya no soy yo.

Del lado contrario, cuando me pregunto cuáles son sus mayores logros, si los hay, pienso en el planteamiento de «Armario con cadáveres», anterior en varios años a la película El sexto sentido. Me dijeron que el amigo de una amiga lloró leyéndolo. Imagino que reaccionó así, más que por la fuerza expresiva de los versos, porque se reencontró en ellos con un episodio doloroso de su biografía; pero acaso toda la gracia de la literatura consiste precisamente en eso, en encontrarnos a nosotros en ella.

También recuerdo especialmente estos versos de tema amatorio, que aún a veces recito de memoria para mí mismo:

…achicará tus ojos la ternura
y abrirás, en sólo un gesto,
los brazos y las piernas
para anegarme en ti.

Y yo —anegado—
chuparé tus ojos, tus labios,
tu barbilla,
hundiré mi lengua
en el pozo de tu boca,
y chocaremos, como brutos,
mi vientre contra tu vientre
chorreando amor.
Hasta agotarnos.

Y no me soltarás,
ni querré yo soltarme de tu abrazo.
Y dormiré anegado en ti,
y tú anegada en tu misterio.

Quien haya intentado incluir sexo explícito en un poema sabe lo imposible que resulta manejar un registro léxico que, inevitablemente, cae unas veces del lado de la crudeza ginecológica («vagina») y otras del lado del exabrupto («polla»).

Ángel González murió hace unos pocos años, en 2008; todos los testimonios que he leído coinciden en decir que era un buen hombre, con un gran corazón (¡cantaba boleros acompañándose con la guitarra, por Dios!) y sentido del humor. Respecto a P., la aludida en estos poemas, poco puedo decir, salvo que de vez en cuando aún la recuerdo, siempre risueña, en el esplendor de sus veintipocos años. Y que si la vida me concede el, no sé si llamarlo privilegio, de un final anunciado, estoy seguro de que el suyo será uno de los recuerdos que me acompañarán en esos últimos momentos o días, y los dulcificarán recordándome que vivir valió la pena.

Para acabar, dedico este post al renacer de mi adorable A., a quien nunca había visto hablar y reír tan feliz como la vi la otra noche. Muchos besos (algunos incluso con lengua).

Añadido 29/1/2023. Tienen los poetas la virtud de poner en palabras idóneas los que el lector siente. Así que al hilo de esta nostalgia mía añado estos versos de Félix Grande, para no perderlos nunca:

Donde fuiste feliz alguna vez
no debieras volver jamás: el tiempo
habrá hecho sus destrozos, levantado
su muro fronterizo
contra el que la ilusión chocará estupefacta.
El tiempo habrá labrado,
paciente, tu fracaso
mientras faltabas, mientras ibas
ingenuamente por el mundo
conservando como recuerdo
lo que era destrucción subterránea, ruina.

Si la felicidad te la dio una mujer
ahora habrá envejecido u olvidado
y sólo sentirás asombro
−el anticipo de las maldiciones.
Si una taberna fue, habrá cambiado
de dueño o de clientes
y tu rincón se habrá ocupado
con intrusos fantasmagóricos
que con su ajeneidad te empujan a la calle, al vacío.
Si fue un barrio, hallarás
entre los cambios del urbano progreso
tu cadáver diseminado.

No debieras volver jamás a nada, a nadie,
pues toda historia interrumpida
tan sólo sobrevive
para vengarse en la ilusión, clavarle
su cuchillo desesperado,
morir asesinando.

Mas sabes que la dicha es como un criminal
que seduce a su víctima,
que la reclama con atroz dulzura
mientras esconde la mano homicida.
Sabes que volverás, que te hallas condenado
a regresar, humilde, donde fuiste feliz.

Sabes que volverás
porque la dicha consistió en marcarte
con la nostalgia, convertirte
la vida en cicatriz;
y si has de ser leal, girarás errabundo
alrededor del desastre entrañable
como girase un perro ante la tumba
de su dueño… su dueño… su dueño…

Félix Grande, Música amenazada.
Barcelona: El bardo, 1966.

Añadido 22/5/2023. Ignacio Peyró se entrega a la revisión de los amores perdidos con un artículo en El País Semanal, titulado «Cuando éramos felices», que me recuerda a este mío. Es bonito y lo acaba con: «…le dedico ahora este recuerdo, que no sé si leerá. […] Por hacernos presente una de las honduras de la vida: esa hermosa dignidad que alza nuestro barro a querer y ser queridos».

Artículos relacionados

Comentarios

  1. Jose Angel

    Considérese una segunda edición, entonces. Para que luego nos digan que veinte años no es nada… no parece nada, quizá, pero ser, es. Aún me acuerdo de P., creo, si P. es en efecto P.

  2. Jose Angel

    He tocado alguna tecla dos veces :( —ah, a A la sitúo menos.

  3. pómpilo

    P. es en efecto P. (si te refieres a la misma P. a la que me refiero yo, claro, que tiene que ser que sí). En cambio A. es una nueva amiga de esos caladeros en los que últimamente faeno tan en vano. You know, brother. Las expresiones referidas a ella deben leerse como hipérboles amistosas.

Escribe debajo tu comentario. Los campos marcados con * son obligatorios. Tienes que previsualizar tu comentario antes de enviarlo definitivamente.





← Anteriores Posteriores →