Por mi mala cabeza me he dado a corregir topónimos en Wikipedia en español (WP:ES para los adictos). En mala hora. A cambio la tarea me ha dado ocasión de aprender algunas cosas, más por reflexión propia que por lecturas. Son cuestiones básicas, pero tratándose de toponimia, que —hasta donde yo sé— no se estudia como materia autónoma en ninguna filología, cualquier avance conceptual me supone una sorpresa. Como esta que me he inventado de los topónimos huérfanos. (¿He dicho ya que disfruto horrores aprendiendo poco a poco, a mi ritmo?)
Voy al grano. La Real Academia Española bastante tiene con lo que tiene: el diccionario y la ortografía. Tuvo su Ortografía de la lengua española (edición de 1999) un «Apéndice 3. Topónimos cuya versión tradicional en castellano difiere de la original» que ha desaparecido de las ediciones posteriores. No me extraña. El Atlas toponímico de España (Madrid, 2007), de Jairo Javier García Sánchez —que acabo de leer casi como quien lee un listín telefónico— contiene unos 4000 topónimos. El Diccionario de topónimos españoles y sus gentilicios de Pancracio Celdrán (Madrid, 2002) presume de recoger unos 15 000 topónimos, y no son más que unos pocos: no salen, por poner solo dos ejemplos de diferente importancia, el Alcocebre (1998 habitantes) de Castellón, ni el Viscarret-Guerendiáin (107 habitantes) de la montaña navarra. No puede la RAE meterse en este jardín de los topónimos españoles; además tendría que añadir, ya que la suya se pretende ortografía de todo el español y no solo del de España, cientos de miles de topónimos de las zonas bilingües de Hispanoamérica, que son legión. Así que, como lo suyo son los nombres comunes, o sea, el diccionario, más la ortografía, ha eliminado el apéndice toponímico de su manual de ortografía.
Los topónimos son nombres propios geográficos, o sea que son nombres propios, o sea que son nombres, o sea que son tan parte de una lengua como los nombres comunes. Parece una obviedad, pero a veces se olvida: la palabra «Londres» o «Lérida» es tan parte del español como la palabra «ciudad», y merece el equivalente a un diccionario que limpie, fije y dé esplendor a esta parte del idioma. Como patrimonio común que son, compete a los gobiernos regularlos, es decir, recogerlos del habla popular y de los documentos escritos, decidir a qué lugar designan, a qué lengua pertenecen y cómo se escriben, y cuál preferir si compiten dos nombres por nombrar al mismo espacio, bien a lo largo del tiempo o simultáneamente. Una tarea de limpia y fija que los gobiernos encargan a lingüistas (¿a quiénes si no?), que se recoge en nomenclátores que los gobiernos después publican en sus boletines oficiales, de forma que los nombres recogidos en ellos se convierten en oficiales, los obligatorios para el uso de la administración. Pero me he encontrado con una sorpresa: los gobiernos de las zonas bilingües solo han cumplido con su obligación a medias. Y la que se ha liado, me han liado, me estoy liando solo, en la Wikipedia en español.
En las regiones bilingües los nomenclátores solo recogen un nombre para cada lugar, a pesar de que en esas regiones se hablan dos lenguas. Es decir, que en ellas los gobiernos a una le dan servicio, y los topónimos de la otra quedan huérfanos. Me explico. En Cataluña han decidido que serán nombre oficial los topónimos de la lengua catalana. Quien quiera saber cómo se dice Lleida en catalán lo tiene fácil: Lleida. En cambio, quien quiera saber cómo se dice en español (Lérida, claro), no podrá encontrar la respuesta en ningún nomenclátor. Parece una tontería porque ese topónimo es conocido, pero ¿cómo se dice en español Palau-solità i Plegamans? ¿O tiene nombre en español siquiera? En Navarra la cosa va por zonas: en el sur no vascófono, el nombre oficial de Dicastillo es este, el topónimo español, y en el norte vascófono el nombre oficial de Bizkarreta-Gerendiain este, el topónimo vasco. Quien quiera conocer el topónimo en la otra lengua (supuestamente Deikaztelu y Viscarret-Guerendiáin), no los encontrará en el nomenclátor, sino fuera, en enciclopedias en papel o electrónicas, lo que a día de hoy significa básicamente Wikipedia.
No he dicho hasta ahora nada nuevo. La sorpresa mayor me la he llevado al darme cuenta de la incongruencia que supone que, en regiones bilingües, donde la administración asume como un derecho básico la elección del idioma por parte del ciudadano, y que hay dos lenguas oficiales, en cuestión de topónimos aparentemente solo haya una lengua oficial, la que toque. Como el nombre oficial de Lleida es este, en los documentos oficiales en catalán se escribirá «la víctima va morir finalment a Lleida» y si se escribieran documentos oficiales en español deberían decir «la víctima murió finalmente en Lleida». Es decir, que el español que se debe usar en los tratos con la administración —teóricamente al menos— es un español defectivo, capado, desprovisto de una parte de su vocabulario, que son los topónimos o nombres propios geográficos.
Aparentemente el despropósito tiene una justificación de peso. La justificación, por supuesto, es evitar la confusión, la torre de Babel, evitar que unos digan Gasteiz y los otros no sepan que se trata de Vitoria. Parece una justificación racional, que dará lugar a una administración más efectiva, rápida, barata y con menos errores. Pero esa justificación es la misma que impulsó del siglo XVIII en adelante los Decretos de Nueva Planta, una medida que se pretendía también racional y modernizadora, que impuso una lengua única en toda la administración del estado español. Una medida modernizadora que en la España de hoy se ha considerado, sin embargo, intolerable por opresiva. Dice la lógica de nuestro tiempo que, si una región es bilingüe, debe serlo también su administración. Pero ¡ojo!, que la lógica dice también que debe serlo tanto en los nombres comunes de la lengua como en los nombres propios, y que eso requiere crear nomenclátores bilingües, y hacer que el nombre oficial de Lérida sea este en español y Lleida en catalán.
Como ni los diccionarios oficiales ni los gobiernos se han ocupado de los topónimos huérfanos, el trabajo de limpiarlos y fijarlos queda en manos de las enciclopedias. Y si una enciclopedia encarga la tarea a uno o dos lingüistas que hacen —mal que bien— su trabajo, y este trabajo suyo va a misa, no habrá mucho que discutir. Pero en Wikipedia, donde todo puede someterse a debate… τα κάναμε θαλάσσα que dicen los griegos: «La hemos jodido». Costó mucho alcanzar un consenso en la política de fijación de los topónimos no oficiales de las regiones bilingües, y una vez alcanzado, sigue costando mucho aplicarla.
Hace años me costó dos meses, y discutir con varios usuarios y administradores, llegar a convencer a mis compañeros de la Wikipedia en catalán de que el nombre en esta lengua de la ciudad de Estella (ya que no aceptaban el compuesto Estella-Lizarra) era «Estella» y no un Lizarra que en las fuentes en catalán es minoritario; por supuesto, no una discusión solo filológica, sino que había un trasfondo político obvio detrás. Por el contrario, y después de dos meses de discusión, no conseguí que en Wikipedia en español figurase Badía del Vallés como el topónimo de este municipio; aún figura en catalán, Badia del Vallès, como si sus habitantes, que son una mayoría abrumadora de hablantes de castellano (así llaman allí al español), no tuvieran un nombre en su idioma para referirse a su ciudad; o como si —más ridículo aún— nos resultara a los editores de Wikipedia en español imposible conocerlo.
He empezado este artículo con un «Por mi mala cabeza, me he dado a corregir topónimos en Wikipedia en español». Aquí el monto de las discusiones: Discusión: Viscarret-Guerendiáin, Discusión: Alcocéber, Discusión: Monasterio de Leire, Discusión:Leire y de mi desespero. Una por una tilde, otra por la posición de una erre (lo que lleva acarreado que lleve o no una tilde), y la más reñida por una i griega o latina. Tengo que dejarlo, como se deja atrás una adicción.
Añadido 25/5/2022. Leo en elCatalán.es que la asociación Hablamos español ha editado una guía, escrita por José Manuel Pousada y Ernesto Ladrón de Guevara, relacionada con esta cuestión y titulada Cómo usar correctamente los topónimos en español. Guía para indocumentados y acomplejados. La respuesta a la pregunta formulada en el título ocupa 25 páginas en el PDF, pero se puede resumir en dos palabras: en español (¿¡cómo si no!?). Vivimos tiempos extraños.
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