Leyendo en voz alta en clase el libro Cultura Clásica de 3º de ESO (editorial Edebé, ISBN 9788423697465), me encuentro con la frase —tan rotunda como rutinaria hoy en día— «El matrimonio en Grecia y en Roma era un contrato social que tenía lugar en una sociedad de estructura patriarcal, en la que todo redundaba en beneficio del varón y no de la mujer» (p. 98). Y mentalmente disiento.
Las sociedades griega y romana eran sexistas, en el sentido de que asignaban roles de género distintos a hombres y mujeres. Que esa asignación fuera injusta en beneficio exclusivo del varón es algo que puede discutirse. Cuando se afirma tal cosa solo se tiene en cuenta el tiempo de paz, y eso es parcial —y la conclusión que se sigue falsa— porque la guerra era frecuente en la antigüedad grecorromana.
Melanipo muerto a los pies de Aquiles, cratera ática de figuras rojas del pintor Tyszkiewicz, ca. 490-480 a.C. (Boston, Museum of Fine Arts, 97.368).
La biología ha hecho de nosotros una especie con un ligero dimorfismo sexual, ha hecho al hombre medio más capaz para el uso de la fuerza física, de la violencia. Y las culturas, unas más que otras, han exacerbado este rasgo. Las sociedades expuestas frecuentemente a la guerra han promovido en la crianza de los varones valores adaptados a esa situación: la competencia por encima de la cooperación, la falta de empatía, la impulsividad, el recurso a la fuerza en lugar de al lenguaje, la crueldad… Todavía en las sociedades occidentales pacificadas algunos varones pagan un duro peaje por nuestra diferencia: nutren mayoritariamente las cárceles, en las que se pena la comisión de delitos violentos, y encabezan las cifras de suicidios (violencia contra sí) consumados.
Aportaré tres referencias clásicas escogidas entre muchas otras posibles.:
1. Tetis quiso evitar que Aquiles muriese precozmente en combate en Troya, y la solución obvia consistió en hacerlo pasar por una mujer, una chica de nombre Πύρρα (la ‘pelirroja’), y como tal no reclutable. Es conocida la treta que usó Odiseo para desenmascarlo.
2. Procedente no del mito, sino de la crónica histórica, el terrible desenlace de la resistencia de los melios al imperialismo ateniense que sirve de epílogo al conocido Diálogo de los melios: «Los atenienses mataron a todos los varones melios adultos que apresaron, y sometieron a la esclavitud a niños y mujeres» (Tucídides 5.116). Se dice pronto, pero hay que estar ahí para vivirlo.
3. Pero más terrible aún fue la crueldad de Alejandro Magno tras la toma de Tiro en el 332 a.C.:
«Para hacerse una idea de cuánta sangre se derramó basta con pensar que dentro de las murallas de la ciudad fueron pasados por las armas 6.000 combatientes. A continuación la ira del rey ofreció a los vencedores un fúnebre espectáculo: 2.000 soldados que habían salvado la vida al agotarse el furor de la matanza, fueron crucificados y permanecieron colgados a lo largo de un dilatado trecho del litoral».
Quinto Curcio Rufo, Historia de Alejandro Magno 4.4.16-17. Trad. de Francisco Pejenaute.
Meses ante las mujeres y los niños habían sido evacuados de Tiro y puestos a salvo en la colonia amiga de Cartago (Quinto Curcio Rufo 4.3.20). Por lo menos en la ciudad de Tiro del año 332 a.C. fue preferible ser mujer, contradiciendo el mantra: «todo redundaba en beneficio del varón y no de la mujer».
No banalizaré el sufrimiento de las mujeres en la guerra. Ahí está el desenlace de la de Troya: violación y esclavitud, que Eurípides narra en Las troyanas. Pero, mientras que en tiempo de guerra luchan y mueren los hombres de ambos bandos, habitualmente solo están en riesgo las mujeres de un bando, las troyanas en el ejemplo. Las mujeres del bando vencedor acabarán adornándose con las joyas de las mujeres de los vencidos, y usándolas a ellas y a sus hijos como esclavos.
Las sociedades machistas perpetúan la crianza de niños machistas. Como esta es tarea de las mujeres, es obvio que son sobre todo ellas las que crían a los niños varones en el machismo. Suele considerarse este acto el producto de un error, de una inconsciencia, o la aplicación sumisa de un programa educativo que les imponen los varones. Pero ¿quién sabe? No parece justo menospreciar la inteligencia, la determinación y el poder de la mitad de la población, la mitad cuyas manos mecen precisamente las cunas.
Resulta muy ilustrativo, para aprender sobre la relación directa de machismo y violencia, el capítulo sobre la tribu amazónica de los yanomami «El macho salvaje», del libro de Marvin Harris Vacas, cerdos, guerras y brujas (ISBN 9788420674391). Tremendo.
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