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La etimología es una disciplina menor de la filología, pero también es una de las más agradecidas. Uno cree que lo sabe casi todo (a ver, casi todo lo que acabará sabiendo en su vida, quiero decir, que no es mucho), y de repente, a la vuelta de una línea, se da uno de bruces con una etimología nueva, insospechada y rica. Tal que esta.

Ya hace años que descubrí el balancín, báscula, columpio o grúa llamado por los árabes shaduf, que se usaba en Egipto para subir agua del río a los campos de cultivo gracias a un contrapeso. Me he vuelto a topar con él inesperadamente. Leo en el Liddell, Scott & Jones (1940), a través de Logeion, que de κῆλον ‘asta de flecha’ vienen κήλων ‘viga basculante’ y κηλόνιον (con las variantes κηλώνιον, κηλώνειον y κηλωνήϊον) ‘cigoñal, shaduf’. Parece, pues, que la máquina se llamó en griego así porque su brazo horizontal es poco más que un asta, una viga.

Shaduf usado para subir agua del río Nilo
Shaduf en un grabado de A. B. Edwards A thousand miles up the Nile (1890), p. 73.

Me despierta curiosidad el nombre del ingenio en español: cigoñal o cigüeñal es un derivado de cigüeña, debido a que el cuello y el pico largo de este animal forman una especie de letra gamma mayúscula, una Γ, que se inclina hacia el suelo cuando el ave quiere coger su comidita del barro. En el Dictionnaire Latin-Français de F. Gaffiot (2006) descubro que el latín ciconia, además de al ave, nombraba al cigoñal («3 appareil à puiser lʼeau [fait dʼune longue perche montée sur pivot]») según dicen las Etimologías de Isidoro de Sevilla (20, 15, 3). Y varios diccionarios informan de que tanto el κηλώνιον griego como la ciconia latina eran además un arma de asedio con la que se subía a un grupo de soldados u objetos pesados a lo alto de las murallas. Plinio, Vegecio y Tito Livio dan abundante testimonio de su uso. Una curiosidad más: dice el Lewis and Short A Latin Dictionary (1879) en ciconia II C que esta palabra, en su acepción de máquina elevadora, tiene un sinónimo, el tolleno; el Dictionary of Medieval Latin from British Sources de Ashdowne (1975-2013) afirma que «stabat … telon quod Hispani ‘ciconiam’ vocant» (‘había un telon al que los hispanos llaman cigüeñal’) Balsh. Ut. 51. Mira tú qué gracia.

Pues bien, se me ha ocurrido pensar que esta máquina es la que llamamos en español actual grúa, y esto me ha llevado a otro étimo que encaja en la serie como un guante. En latín grus es la ‘grulla’, el ave emparentada y de pico parecido al de la cigüeña, que según testimonio de Vitruvio (10.19) también designaba a una máquina de guerra, el corvus ‘cuervo’. Del nombre de la grulla viene nuestro grúa. Y, lo que no me esperaba yo para nada: del nombre en griego de este ave, γέρανος ‘grulla’, el de la flor ornamental: γερἀνιον ‘geranio’. Y eso porque, cuando la flor del geranio (que podríamos llamar ‘planta de la grulla’) pierde los pétalos, su fruto adquiere la forma de pico de grulla o de cigüeña. Los ingleses llaman a la flor crane‘s bill por lo mismo, y crane a la grúa. Toma ya.

Pero lo que más me ha sorprendido ha sido descubrir que en Táctica (19.7 y 67), la obra del emperador bizantino León VI el Sabio del siglo IX, se lee que los griegos de entonces llamaban γἐρανος a un ingenio embarcado en los drómones que tenía forma de letra gamma mayúscula Γ y se giraba naciendo sobresalir su brazo fuera de la borda. Se trata de un pescante, de uno de cuyos extremos colgaban un peso que, una vez puesto alla pendura, dejaban caer sobre los barcos enemigos para perforar su casco. Es decir, lo que en época clásica se llamó un δελφίνιον y llamo en mis escritos delfín naval o de guerra. Me resultó delicioso saber que, no hace muchos años, los arqueólogos que han vuelto a excavar el pecio de Anticitera encontraron entre los restos un bloque de plomo que es el único ejemplar conservado de este proyectil de artillería primitiva. Cómo disfruto, joder.

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Pocas expresiones me transportan con tanta viveza a la infancia como este «a repucha», seguramente porque después de la infancia prácticamente nunca volví a oírla. Para quien no la conozca, la explico. En mi pueblo y alrededores, cuando un niño no quería algo (mejor si en lugar de una sola cosa, eran varias pequeñas), gritaba «a repucha» e inmediatamente todos los demás acudíamos como locos a su lado porque sabíamos que lo iba a tirar al aire para que lo cogiera y se lo quedara quien quisiera y anduviese más listo. Había entre los niños un momento de trastorno mental transitorio y gozoso por hacerse con lo que fuera por su habilidad en cogerlo y gratis: unos cromos, caramelos, no sé, servía cualquier cosa. Y nos lo apropiábamos como si de un milagro se tratara en aquellos años de menos abundancia.

En Tierra Estella cuando una palabra no nos suena a española, damos por hecho que procede del vasco, pero en este caso no es así. A repucha viene del término latino conservado en lenguaje jurídico repudium ‘rechazo’, una palabra relacionada con divortium ‘divorcio’. Según leo por ahí, ambas fueron cambiando ligeramente de significado: repudium significó en latín clásico la manifestación por parte de uno de los cónyuges del deseo de divorciarse, frente al divorcio, que designaba la materialización de este deseo. Y más tarde designó al divorcio cuando no era por mutuo acuerdo de ambos cónyuges sino por el deseo de uno solo. (Hay una tesis doctoral dedicada, entre otras cosas, a esclarecer las diferencias entre uno y otro: Repudium – divortium (origen y configuración jurídica hasta la legislación matrimonial de Augusto), de María Eva Fernández Baquero.)

El a repucha que aún deben seguir gritando los niños de Tierra Estella procede de repudia, el plural de repudium, que es un sustantivo neutro de la segunda declinación, y que a veces se usaba con preposición formando el sintagma ad repudia. Curiosamente tiene un hermano, que podemos llamar mayor, en el verbo repuchar , que figura en el diccionario de la RAE como sinónimo de repudiar sin indicación de que se trate de un localismo, aunque yo nunca lo he oído ni leído. Entiendo que la preposición con que empieza la expresión a repucha no procederá de la expresión latina ad repudia, sino que se trata de la preposición a del español que se usa para indicar la manera de hacer algo, como en a lo bruto o a la remanguillé. Así, los niños (o los leguleyos de los que aprenderían la expresión) dirían a repucha queriendo decir ‘a la manera del divorcio, como se rechaza lo que ya no se quiere tener con uno’.

Sobre la evolución fonética, no puedo decir gran cosa, salvo que no se produce la evolución estándar del castellano: en el grupo «vocal + D-yod» (yod tercera la llaman) estas evolucionan a «y», como en RADIARE > rayar. Aunque a veces evoluciona a /dz/, como en GAUDIUM > godzo > gozo. Tal vez la africada / t͡ʃ /, o sea che, de repucha sea un resultado de la evolución de ese /dz/ intermedio: REPUDIA > repudza > repucha (el catalán rebutjar ‘rechazar’ tiene esa misma consonante palatal), y que se conserve la oclusiva /p/ sugiere que estamos ante una evolución del navarroaragonés, pero aquí lo dejo porque no sé más.

Busco la expresión a repucha en internet, y confirmo que se trata de un localismo, porque solo se usa en cuatro textos, escritos todos por personas de Tierra Estella: un Barnó arquitecto, un Martínez Vicuña fotógrafo, un cronista local anónimo y un Mañeru Sanz de Galdeano metido a lexicógrafo.

De todo lo cual tomo nota, publico y doy fe para el recuerdo de los siglos venideros en Zaragoza a 21 de abril de 2024, día en que se cumple el 2777 aniversario de la fundación de Roma y víspera de la festividad de San Jorge, Άγιος Γεώργιος para los amigos.

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Me he encontrado con esta píldora lingüística de la Fundeu, que pasa por ser una entidad profesional, adjetivo que en el lenguaje común consideramos incompatible con ideologizada: ¿Es correcto decir «la concejala» y «la edila»?. Mi respuesta es la misma que la del autor de este dictamen (o autora, que siendo anónimo, lo mismo da; para eso está y se usa el género no marcado o indiferente al género): sí, es correcto, pero no por lo que el autor sostiene.

Como muchas otras palabras que designan cargos y profesiones, estos términos fueron solo masculinos (el concejal) mientras solo los hombres ocuparon tales puestos. Cuando las mujeres empezaron a desempeñar esas funciones, comenzaron a usarse como palabras comunes en cuanto al género, es decir, con una misma forma para el masculino y el femenino y con el género indicado mediante el artículo u otros determinantes que las acompañen: el concejal/la concejal, el edil/la edil.

A ver: estos términos no fueron masculinos mientras los hombres solo ocuparon tales puestos. Fueron sustantivos indiferentes al género, como corresponde a todos los sustantivos derivados de sustantivos latinos de la tercera declinación, que no distinguía formalmente los sustantivos masculinos y femeninos. Pero, como solo los varones ocuparon entonces tales puestos, esos sustantivos solo se oían acompañados del artículo masculino: el concejal. Dice el genio (de sexo desconocido a la par que indiferente para lo que nos ocupa) que «cuando las mujeres empezaron a desempeñar esas funciones, comenzaron a usarse como palabras comunes en cuanto al género». No, perdona, llevaban siglos usándose como palabras comunes en cuanto al género, y siguieron haciéndolo; la diferencia residió en que, habiendo ahora mujeres concejales, uno se encontraba con el sintagma la concejal, con artículo femenino, que hasta entonces no había oído nunca. No es lo mismo.

Sigue el genio:

El siguiente paso de esa evolución es el desdoblamiento con formas diferentes para cada género (el concejal/la concejala, el edil/la edila), un paso que ya se ha dado en el uso culto, como recoge el Diccionario académico desde hace casi treinta años (las formas femeninas aparecen desde 1992).

Por «desdoblamiento» yo entendería que de uno (concejal) salen dos, diferentes ambos del uno previo (concejalo y concejala), pero no es eso lo que ocurre. Lo que ocurre es, más bien, que la ideología feminista interpreta erróneamente que concejal es masculino, y no epiceno, y a continuación considera necesario crear el femenino concejala, que sería en todo caso correlativo a un masculino concejalo hoy por hoy inexistente (salvo en los textos que pretenden desvelar por medio del absurdo estos retorcimientos lingüísticos). Añade el genio un argumento de autoridad: «que ya se ha dado en el uso culto» y que «aparecen desde 1992». Pues bueno, pues vale. ¿Y en 1992 no eran un engendro tales usos, por lo menos tanto como este concejalo que desde 2024 reivindico yo, una persona cultísima?

Y ahora la guinda. Ojo al razonamiento (ausente en realidad: lo que hay es una concatenación de proposiciones que ocupa el lugar en el que debería haber un argumento):

Esa obra señala que siguen usándose, y no son censurables, las formas la concejal y la edil para referirse a mujeres, pero, si ya existen variantes femeninas asentadas y correctas, no hay razón para no preferirlas.

Siempre me ha parecido que las dobles negaciones las carga el diablo: ¿qué significa exactamente «no hay razón para no preferirlas»? Perdona, genio, pero aquí filólogos somos todos, y no tontos: tendrás que dar una razón, y buena, para preferirlas, no solo que existen («asentadas» dice de concejala, que suena un poco marciano a mis oídos de filólogo, y de edila, directamente plutoniano) y que pueden colarse como cultas, solo después de meterlas en el mismo saco de otras palabras más habituales. Al genio anónimo que redactó esta recomendación o dictamen le basta «como razón su ideología, la que considera que explicitar el género femenino más allá de lo que era habitual en el español tradicional (que tampoco explicitaba en estos sustantivos el género masculino, ojo) reducirá alguna injusticia. A mí se me ocurre una buena razón para no preferirlas: su falta tanto de necesidad como de efecto, y la posibilidad de que induzca un empoderamiento análogo, incómodo e inane que nos lleve a hablar de artistos, astronautos, concejalos… O a hacer extensivo el recurso a los adjetivos y a otros sustantivos, que nos lleve en cuatro días a escribir y decir cosas como: «La concejala principala de la corporaciona municipala».

(Item más con el retorcimiento. Está feo empezar el párrafo con «Esa obra señala…» refiriéndose al diccionario académico, y luego no aclarar dónde acaba lo que señala. Yo doy por hecho que acaba en «mujeres», pero el genio anónimo e inmoral deja en el aire —con una redacción ambigua imperdonable en un filólogo de cualquier sexo o género— la posibilidad de que no sea él/ella, sino la misma RAE, quien considera que «no hay razón para no preferirlas».)

Volviendo al principio: ¿creo yo que es correcto decir concejala y edila? Pues como todo lingüista, creo que el uso hace la norma, y como el uso se está imponiendo, acabará por ser un uso correcto; pero no preferible, ni necesario ni más ético, que es lo que en el fondo el anónimo genio de la Fundeu está diciendo. Que estas cosas estaría bien que se firmaran, como firmo yo esto, para saber a quién —al poseedor de qué sesgo— tenemos que agradecerlas.

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Me piden que revise la traducción al español del contrato matrimonial entre Ramiro II, rey de Aragón, y Raimundo o Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, que está disponible en Wikimedia Commons. Mi latín, y más el medieval, lleva años naufragado, pero el reto es sencillo y me atrevo. Aquí el texto en ambas lenguas, por si posteriores editores revierten o desfiguran mi traducción, y un pequeño comentario filológico:

Manuscrito de la donación de Aragón y Petronila en las capitulaciones matrimoniales de Barbastro (1137)

In Dei nomine ego Ranmirus Dei gratia rex aragonensis dono tibi Raimundo barchinonensium comes et marchio filiam meam in uxorem cum tocius regni aragonensis integritate sicut pater meus Sancius rex vel fratres mei Petrus et Ildefonsus melius unquam habuerunt vel tenuerunt ipsi vel utriusque sexus homines per eos, salvis usaticis et consuetudinibus quas pater meus Sancius vel frater meus Petrus habuerunt in regno suo. Et commendo tibi omnes prephati regni homines sub hominio et iuramento ut sint tibi fideles de vita tua et de corpore tuo et de omnibus membris que in corpore tuo se tenent sine omni fraude et decepcione et ut sint tibi fideles de omni regno pretitulato et universis omnibus ad illud regnum pertinentibus salva fidelitate mihi et filie mee. Hec autem omnia superius scripta ego prephatus rex Rammirus taliter facio tibi Raimunde barchinonensium comes et marchio ut si filia mea mortua fuerit prephata te superstite donationem prephati regni libere et immutabiliter habeas absque alicuius impedimento post mortem meam. Interim vero si quid augmentationis vel traditionis de honoribus vel municionibus prephati regni me vivente facere tibi voluero sub prephata hominum fidelitate firmum et immobile permaneat. Et ego prephatus rex Rammirus sim rex dominus et pater in prephato regno et in totis comitatibus tuis dum mihi placuerit. Quod est actum III idus augusti anno incarnationis dominice CXXXVII post millesimum. Era millesima centesima LXXVI prephato rege Ranmiro regnante.

Signum Ranmiri + regis.

Ut omnia superius scripta fideliter et incomutabiliter observentur, prenominatus rex Rammirus comendavit comiti barchinonensi suos barones subscriptos sub hominio et iuramento. In primis comitem palearensem, Raimundum Petri de Eril, Petrum Raimundi filium eius, P. Raimundi d’Estada, Gomballum de Benavent, Balach Furtuno d’Açlor, Guillelmum de Capela filium Berengarii Gomballi, Bernardum Petri de Laguarres, Petrum Lobiz Sancti Stephani, Gali Garcez de Sancto Vincentio, Petrum Mironis de Entenza, Gombal de Entenza, Lop Garcez Laita, Frontinum, Gomez Ferriz, Pelegri de Castel Azol, Arpa, Sansanz d’Arsu, Maza, Furtun d’At de Barbastro, Fortun Garcez frater de Maza, Garcia Cez d’Oscha, Garcia de Rodelar, Lobalasch de Pomar, Porchet, Petrus frater eius, Raimon de l’Arbes, Michael d’Albera, Sanz d’Andio, Gali Sanz de Grads, Lop Sanz de Iacha, Gaiet, Pedro Lopiz de Lusia, Gali Xemenons d’Alcala.

Poncius, scriptor, hoc scripsit domini regis precepto die annoque prephato, qui solito more hoc imposuit signum.

Es una pena que la imagen del texto latino no tenga más definición para comprobar algunas dudas (el texto original no tiene comas, solo puntos, y las tiene que poner el editor a posteriori). Esta es mi traducción, que acompaño de un comentario filológico muy superficial, por si le interesa a alguien o le saca de alguna duda:

En el nombre de Dios yo Ramiro, rey de Aragón por la gracia de Dios, te doy a ti Ramón, conde y marqués de los barceloneses, a mi hija como esposa con la totalidad del reino aragonés completo, tal y como mi padre Sancho, el rey, o como mis hermanos Pedro y Alfonso en su día muy bien lo poseyeron, porque lo gobernaron por sí mismos o por medio de personas de ambos sexos en su nombre respetando los usos y costumbres que mi padre Sancho o mi hermano Pedro establecieron en su reino. También te encomiendo a todas las personas del mencionado reino, sujetas a homenaje y al juramento de que te serán fieles en lo que se refiere a tu vida y a tu cuerpo y a todos los miembros que hay en tu cuerpo, sin ningún engaño ni traición, y de que te serán fieles en lo que se refiere a todo el reino mencionado y a todos los bienes que pertenecen a ese reino, salvedad hecha de la fidelidad debida a mí y a mi hija.

Todas estas cosas sobrescritas yo el citado rey Ramiro ordeno en tu favor, Ramón, conde y marqués de los barceloneses, de tal manera que, si la mencionada hija mía muriera y tú la sobrevivieras, recibas la donación del citado reino según tu voluntad y de forma permanente, sin que te lo impida nadie, después de mi muerte. Pero mientras tanto, si en vida mía quisiera hacerte alguna donación o trapaso relativo a los honores o fortalezas del mencionado reino, que permanezca firme e inmóvil bajo la citada fidelidad de esas personas; y yo el mencionado rey Ramiro seré rey, señor y padre en el mencionado reino y en todos tus condados mientras me plazca. Lo que se hace en los III idus de agosto del año de la Encarnación del Señor CXXXVII después del milésimo, en la era milésima centésima LXXVI, reinando el mencionado rey Ramiro. [11 de agosto de 1137, o de 1176. Se data el documento usando primero el método del año de la Encarnación y luego el de la era hispánica.]

Firma de Ramiro […] rey

Para que las cosas arriba escritas se cumplieran fielmente y sin cambios, el citado rey Ramiro encomendó al conde barcelonés a sus varones debajo citados, con homenaje y juramento. Primero al conde de Pallars, a Ramón Pérez de Erill, a Pedro Raimúndez de Erill hijo del anterior, a P. Raimúndez de Estada, a Gombal de Benavente, a Blasco Fortunyo de Azlor, a Guillén de Capella hijo de Berenguer Gombález, a Bernaldo Pérez de Laguarres, a Pedro López San Esteban, a Galí Garcez de San Vicente, a Pedro Mir de Entenza, a Gombal de Entenza, a López Garcés Laita, a Frontino, a Gómez Férriz, a Pelegrín de Castiellazuelo, a Arpa, a Sancho Sánchez de Arzo, a Maza, a Fortún Dat de Barbastro, a Fortún Garcés hermano de Maza, a García Garcés de Huesca, a García de Rodelar, a Lope Blásquez de Pomar, a Porchet y a su hermano Pedro, a Ramón de la Arbeit, a Miguel de Albero, a Sanz de Antillón, a Galí Sánchez de Graus, a Lope Sánchez de Jaca, a Gayet, a Pedro López de Luesia, a Galí Ximénez de Alcalá.

El escribano Poncio escribió esto por orden del rey el día y el año mencionados, quien, según es costumbre, puso aquí su firma.

Comentario.

  1. rex aragonensis: Elijo traducirlo no como «rey aragonés», que podría enetenderse como su región de origen, sino como «rey de Aragón», porque indica el territorio sobre el que reina. Prefiero no usar la fórmula «rey de los aragoneses» que eligió el traductor anterior, para distinguirlo del barchinonensium comes et marchio que se usa para referirse a Ramón Berenguer.
  2. Raimunde: Lo traduzco como Ramón, pudiendo hacerlo como Raimundo, por ser más habitual. No hay un criterio comúnmente aceptado para elegir la forma de los nombres. Para empezar, porque el criterio de 1137 era distinto del nuestro: los nombres vernáculos se tradujeron al latín, por lo que ahora toca traducirlos a las vernáculas.
  3. barchinonensium comes et marchio: Veo que los demás traductores han hecho a barchinonensium complemento del nombre de comes únicamente, cuando lo es de ambos títulos, comes et marchio, y por tanto tiene que traducirse detrás de ambos: «conde y marqués de los barceloneses». Obviamente comes, en nominativo, es un error, por el dativo singular comite que debería aparecer (si se ha leído bien el manuscrito).
  4. umquam: Un adverbio cuyo exacto significado puede costar determinar: «en su día» propongo yo, mejor que el «siempre» de los demás traductores.
  5. habuerunt vel tenuerunt: Sorprende esta fórmula, que parece redundante. Hasta que uno se da cuenta de que el segundo verbo, tenuerunt, se introduce como sujeto de una oración en la que va a haber dos sujetos diferentes: ipsi y homines, unidos por vel … vel, y el redactor parece que necesitaba un verbo específico para ellos.
  6. salvis usaticis…: Está claro que este participio absoluto se refiere no a ipsi «ellos mismos», sino a utriusque sexus homines per eos, porque si regentaron estos territorios del rey lo hicieron no a su gusto, sino siguiendo las indicaciones dadas por los reyes Sancho y Pedro.
  7. iuramento ut: Única dificultad de cierto peso. Los demás traductores separan ese ut, dando a la proposición que introduce un sentido final. En mi opinión la proposición introducida por ut es completiva, una aposición a iuramento, e introduce el contenido del juramento que las personas citadas han realizado: «sujetas … al juramento de que te serán fieles».
  8. fideles de vita tua: Me cuesta un poco encontrarle sentido a la preposición de, hasta que me doy cuenta de que no de sebe traducir «fieles a», sino «con respecto a», es decir, que concreta o delimita el ámbito de la fidelidad. En mi búsqueda de ese significado, descubro que la fórmula que se usa aquí era frecuente en textos de fidelidad occitanos y aragoneses del siglo XI.
  9. taliter … ut: Me temo que el primer traductor no se dio cuenta de que ese ut es consecutivo, y responde al adverbio que ha quedado pendiente varias palabras antes taliter: «de manera que».
  10. comendavit: Sorprende que en el último párrafo se cambie el tiempo verbal, del presente usado hasta ese momento, al pasado. Pero tiene lógica, ya que lo anterior se ha escrito en primera persona como si lo redactara y escribiera el rey. A partir de este párrafo, en cambio, quien habla es el escribano que se menciona al final, que obra a posteriori de la primera escritura y firma dadas por el rey.

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He probado la Inteligencia Artificial, de nombre Leo, que acompaña desde hace pocos días al navegador Brave, y se ha portado tal que así. Concretamente le he preguntado por «The nautical origin of Buddhist architecture» (¿qué si no?) y me ha contestado…

The nautical origin of Buddhist architecture is a fascinating topic. While Buddhism has a rich history and diverse influences, there isn’t a direct nautical origin for its architecture. Buddhist temples and monasteries have been built in various styles and locations, reflecting the cultural and geographical contexts of the regions where they were constructed. However, some Buddhist structures do incorporate elements inspired by the natural world, such as lotus flowers and ocean waves, which may evoke a sense of the sea.

Continuará.

Actualizado el 12 de noviembre de 2023. Hoy he ido a saco y le he preguntado directamente «What is the nautical origin of Greek temples?» A lo que ella, que no es tonta, ha dicho: «The nautical origin of Greek temples is a fascinating topic. According to the article you provided, the Greek temples were designed to resemble boats overturned and supported by walls, reflecting the nautical hypothesis of the origin of Greek architecture. This idea suggests that the ancient Greeks drew inspiration from their seafaring traditions and the shapes of ships in designing their temples. Is there anything else you’d like to know? :)», con sonrisa final incluida. Se me ha quedado cara de tonto, por supuesto. ¿Cómo sabe que yo soy yo?

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Se me había pasado comentarlo. Ando medio migrando a Linux, concretamente a la distribución Elementary OS, y en el camino me encontré con el que el diccionario corrector del sistema, el mismo que se usa en LibreOffice, daba muchos falsos negativos. Por ejemplo, consideraba que Linux estaba mal escrito, y por eso lo resaltaba con un subrayado. Pero, además de con esta palabra, hacía lo mismo con otras tan obviamente correctas como bergantín, martilleo, epicúreo, Odisea, Tauro y muchas más. Como tengo tiempo, me lo puedo permitir y me gusta, decidí que echaría una mano a corregirlo. Al fin y al cabo se trata de mi campo de interés: las humanidades digitales, y más concretamente la lingüística.

El corrector ortográfico de Linux y LibreOffice se crea y desarrolla desde el proyecto colaborativo Recursos lingüísticos abiertos, alojado en Github, desde hace años. Allí propuse incorporar los términos que echaba en falta, y entretanto se discutió, y acordó, incorporar al diccionario no solo los términos más frecuentes, sino todos lo que aparecían en el Diccionario de la Lengua Española, por inusitados que fueran.

El caso es que incorporé sobre todo términos náuticos, para lo que descargué y revisé en LibreOffice, con su corrector incorporado, las tropecientasmil páginas de Dos años al pie del mástil de R. H. Dana Jr. y de Moby Dick, de H. Melville. (Por cierto, que me sorprendió ver hasta qué punto el lenguaje técnico de la navegación a vela estaba ausente de Moby Dick por comparación con el primero; claro que una de las pretensiones de Dana era la de reflejar fielmente la vida del marino raso en el mar, y eso le obligaba a describir con detenimiento todas sus tareas.) Así, introduje en el corrector del rla-es términos como cáncamo, cómitre, prótomo, rasel… Tampoco pude por menos que repasar y añadir los nombres propios más destacados de la cultura clásica que faltaban: Cleopatra, Fidias, Neptuno, Perseo, Vitruvio y otros muchos. Algunos ya se han incorporado a la versión que está funcionando y otros están pendientes de incorporarse cuando se publique una versión nueva. Y lo que incorporemos poco a poco entre unos y otros. Estás invitado.

El 20 de agosto de este 2023 se publicó la versión 2.8 del diccionario rla-es, que amablemente titularon como «edición Pompilos & Jorgesumle» por los dos voluntarios que le hemos añadido más lemas. Pues eso. :)

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Nunca había oído hablar ni del libro ni del autor, cuando lo vi en la librería náutica Robinson de Madrid. Una vez leído y disfrutado entiendo por qué. Es demasiado técnico para gustar al lector común que no entiende de navegación a vela y, como no es una obra de ficción, no se suaviza su aspereza con una trama literaria al uso, con planteamiento, intriga, nudo y desenlace. Además su autor, Richard Henry Dana, lo es prácticamente de esta única obra, lo que lo hace más irrelevante para lectores no estadounidenses.

Portada de Dos años al pie del mástil, edición de Alba Editorial

Dos años al pie del mástil (1840) es literatura del mar anglosajona del siglo XIX, como la de Melville, Conrad, Stevenson y otros, pero no de ficción, sino autobiográfica. Cuenta los dos años que pasó embarcado su autor, un joven estudiante de Harvard, un casi un adolescente de 19 años, en dos barcos mercantes que hacían la ruta de Boston a la California aún mejicana para traficar con pieles. El libro tiene la capacidad de entusiasmar a dos nichos de lectura: los estadounidenses que quieran conocer la costa oeste de su país en los primeros días de la colonización anglosajona, con villorrios como Santa Bárbara, el Pueblo (de Los Ángeles), San Francisco, etc., y los enamorados de la navegación a vela como un servidor.

El texto, igual que ocurre con Moby Dick, abunda en pasajes de descripción minuciosa de las maniobras a vela, sirviéndose del lenguaje técnico propio de esa actividad. Como los navegantes a vela actuales solo conocemos de primera mano el aparejo bermudiano, se nos hacen cuesta arriba —o provocadoramente difíciles, según el entusiasmo que vierta cada uno en su lectura— algunos pasajes que son un paroxismo de léxico náutico. Basten dos ejemplos, el primero sobre la pérdida de un joven marino que cae al agua desde la arboladura y desaparece en el mar (he leído que la esperanza de vida de los gavieros era entonces de 35 años):

«Iba a pasar una gaza por el calcés del mastelero mayor, para drizas de la marincangalla, y llevaba alrededor del cuello la rabiza y el motón, un rollo de beta y un pasador de cabo. Se había caído de las arraigadas de estribor…» (p. 56)

Y este otro sobre un accidente con tiempo duro:

«El primer oficial salió instantáneamente a la caña en tanto el hombre se incorporaba, se agarró a las cabillas, y entre él y otro levantaron el timón a tiempo de evitar que las velas tomaran por la lúa; aunque metió en agua casi la mitad de la arrastradera, y al salir el botalón quedó en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Evidentemente, llevaba más lona de la que podía resistir, pero era inútil tratar de cargarla: el chafaldete no era lo bastante resistente; y estaban pensando en cortarla, cuando sobrevino otra amplia guiñada y una orzada, restallaron las guías, y el tangón se vino adentro chocando contra el aparejo de abajo. Cedió el motón de la driza de fuera, y el botalón del ala de gavia se curvó como jamás imaginé que pudiera curvarse un palo. (…) Al primer tirón cedió el chafaldete; saltó el tojino al que iban amarradas las drizas, y la vela fue a enredarse en la verga de la cebadera y las guías de proa, con lo que recogerla nos dio un trabajo infernal». (pp. 432-433)

He disfrutado estos pasajes como quien resuelve un reto. Desde el punto de vista narrativo, destaca todo lo relativo al regreso de California bordeando el Cabo de Hornos durante el invierno austral (aún no había canal de Panamá, ni ferrocarril entre las costas este y oeste de Norteamérica), de una dificultad que resulta épica; de hecho, leo por ahí que Joseph Conrad escribió que esta es la narración más fiel del paso del Cabo de Hornos en invierno. Y me resulta entrañable el tono del joven narrador, que se inclina a menudo al entusiasmo como corresponde a su edad y a su carácter vivo. Es muy distinto a todo el resto del libro el que figura hoy como último capítulo, que su autor añadió 29 años después de la primera edición. La narración original acaba en el capítulo XXXVI con la llegada del barco, el joven y todos sus compañeros al puerto y la ciudad de Boston, que se retratan con el tono idealizado de quienes lo han añorado durante dos años:

«Las campanas de la ciudad tocaron la una justo cuando tesamos la última vuelta y se despidió la tripulación; y cinco minutos después no quedaba un alma a bordo del buen Alert, aparte del viejo vigilante que acababa de llegar de la aduana para hacerse cargo de él». (p. 475)

Como filólogo, no puedo por menos que reconocer el enorme mérito del traductor, Francisco Torres Oliver, al que no conocía y del que ahora sé que —con todo merecimiento— es reconocido como uno de los mejores traductores literarios españoles de hoy, y que tiene por ello una página en Wikipedia en español. Debo reconocer también el mérito de los editores, la editorial Alba, que eligieron un papel muy flexible para no forzar la apertura de un lomo tan grueso, y que han conseguido que el libro no tenga más de cuatro o cinco erratas en un total de 572 páginas de texto denso, incluyendo un apéndice de vocabulario náutico (recuerdo un «manatillo» en lugar de «amantillo» y un «gratil» sin tilde).

Figura 249 de The young sea officer's sheer anchor

Y como wikipedista, he aprovechado la ocasión para aportar mi grano de arena a la enciclopedia libre. Al consultar el término «ala (náutica)» me encontré con una ilustración de calidad mediocre. Investigando un poco, he dado en Archive.org con el The Young Sea Officer’s Sheet Anchor, or A Key to the Leading of Rigging, and to Practical Seamanship, de Darcy Lever, un libro de 1827 casi coetáneo de la obra de R. H. Dana. En la página 80 de la edición de 1843 de este libro he encontrado el grabado del que procedía la ilustración, y he subido a Commons una versión mayor y más nítida de la lámina completa y de la figura 429 con la ilustración del ala. Vamos, que el que no disfruta es porque no quiere, porque ocasiones hay como gotas en la mar.

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Estuve viendo en la Filmoteca de Zaragoza Rebético, una película de Kostas Ferris de 1983. Los subtítulos que usaron eran malísimos, lo que incluye: muchísimas erratas, canciones traducidas palabra por palabra que daban lugar a frases ininteligibles y, para acabar de rematarlo, modismos mejicanos (que no son errores propiamente, pero sí exóticos para los hablantes del español peninsular) como llamar «cuates» a los «compañeros»… He encontrado unos subtítulos mucho mejores en opensutitles.org, firmados por un(a) tal Patorita, pero tienen el inconveniente de que están en dos archivos independientes, CD 1 y CD 2, con la mala suerte de que el cronometrado del CD 2 empieza de cero y no resulta fácil unificarlos.

Cartel de Rebétiko

Ni siquiera sabía que existiera la aplicación capaz de hacerlo, pero Google me ha ayudado a encontrar una herramienta online que resuelve el problema: Subtitle merger unifica ambos archivos en uno solo. Eso sí, para este caso hay que tener cuidado de seleccionar el modo Glue end-to-end (CD1 + CD2), que cronometra el segundo archivo a continuación del primero. Ya que me ponía manos a la obra, he hecho otros cambios, como sustituir las comillas inglesas por las angulares o latinas, he corregido algunas tildes aquí y allá… Y, lo más importante, he mejorado la transcripción del alfabeto griego al latino en versión orientada a hablantes de españoles (y no del inglés como es habitual). Así, he convertido un título internacional inconsistente como Rembetiko, con una «m» que nunca se pronuncia, en Rebétiko, y he cambiado los nombres de algunos actores para que un español los lea correctamente: el de la protagonista y coguionista Sotiría Leonardu (con tilde en el nombre propio y una simple «u» en lugar del falso diptongo «ou» de la transcripción inglesa), el de Nikos Kalogerópulos e tutti quanti.

Por aquello de que no me cuesta nada, y de compartir mi pequeño esfuerzo en agradecimiento al esfuerzo generoso de tantos, cuelgo el archivo .str de subtítulos de Rebétiko en la página de descargas de este mi blog. Παρακαλώ. Se descargará poquísimo, pero no he venido aquí a hacerme famoso. ¿O sí?

Por cierto, ¿cuál es mi opinión de la película? La llevé bien hasta la mitad, momento en que a mí, y a mis compañeros, se nos empezó a hacer larga, muy larga. Al final ya estaba deseando, pobre Marika Ninu, que la protagonista se muriese, y al salir por la puerta del cine me preguntaba si, entre tanto, habría llegado ya la primavera. La calidad de la imagen es muy mejorable, pero el presupuesto con que se hizo debió ser limitado. El guion… dibuja lo que ahora llamaríamos unos personajes demasiado intensos. Lo mejor es la banda sonora, que incluye numerosos temas rebéticos, que es lo que se trata de ilustrar, y el acompañamiento de la vida de la protagonista con los acontecimientos históricos ilustrados con imágenes reales, como el desastre de Esmirna, la liberación de Grecia de la ocupación alemana, etc. Recomendable, pues, para apasionados de la cosa, sea la cosa musical o griega.

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Se pasmará Ignacio Peyró si me lee, como se pasmaría el taíno al que descubrieron los españoles allá en el quattrocento cuando —es un suponer— él solo había bajado a hacer un pis en la playa. Lo he descubierto con Ya sentarás cabeza. Cuando fuimos periodistas (2006-2011), tan pulcramente editado en Libros del Asteroide, y ha sido un no parar de asombrarme.

Portada de Ya sentarás cabeza, de Ignacio Peyró

No es tanto lo que cuenta, porque narra vivencias que todos hemos tenido, o muy parecidas, sino cómo las cuenta: dice fácil —eso parece al menos, siendo un milagro— lo que habría dicho uno si supiera contarlo, de forma que leyéndolo esa misma nostalgia en la que hurga, o miedo o ilusión… los sentimos recientes de nuevo. Reproduzco a modo de recordatorio y ejemplo este pasaje, breve y redondo (pp. 130-131):

Llega un momento en que el amor culmina su ciclo razonable, lógico y natural y por lo tanto se acaba. Este trance, este acabamiento, puede ser un tango pero es más habitual que sea un alivio. Curiosamente, el amor es de las pocas empresas donde el fracaso tiene mil explicaciones y el éxito tiene —por contra— algo abiertamente milagroso. En fin, el diablo agita la cola y el misterio pierde misterio, su calle es una calle cualquiera, hacemos espacio para mensajes en el móvil y profanamos los restaurantes donde una vez nos sonreímos ante un rodaballo. Las fotos alegres se guardan en el cajón de la vergüenza y poco a poco nada nos recuerda a ella, hasta que se vuelven indoloros aquella cafetería, aquel portal. Las frambuesas se han vuelto cenizas y la vieja pasión es como una canción que ya nos cansa: adiós, adiós; yo a Manhattan y tú a Marina d’Or. Ante todo, pas de sentiment. El amor termina y al día siguiente hay que irse a trabajar porque el trabajo, en cambio, no termina. La sensación es despojarse de una felicidad que no era nuestra. Contra las fatigas del corazón siempre corre el olvido favorable, y repasar a los estoicos da más placer, nos decimos, que ese cine un poco triste de la tarde del domingo cuando ya no nos queremos tanto.

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Fuera de los números naturales de cantidades pequeñas, que son los que usamos a menudo, la mayoría de las cifras son —como se dice ahora— antiintuitivas. Eso me ocurre con ese 0,02 %, que es el porcentaje de artículos de Wikipedia en español que he creado a estas alturas. Son unos pocos más de 400 artículos, enumerados en este listado; como Wikipedia en español va por los 1 829 355 cuando escribo esto, esos magros 400 artículos suponen la aparente friolera del 0,02 % de la cuenta total. No me considero —ni de lejos— un editor prolífico, sino uno mediano, cuyas contribuciones palidecen al lado de las de los titanes de Wikipedia en español: véanse enumerados aquí los primeros 500.

Le tengo un cariño especial a este listado de páginas creadas (una más entre otras wikierramientas), porque es una huella, la impronta que voy dejando en la enciclopedia, de mis pasiones. Pienso de vez en cuando que, cuando yo falte —y si Wikipedia sigue entre nosotros—, podrán mis hijos acceder a este listado de pasiones para conocerme más. Pues bien, este soy.

El grupo mayor de los artículos que he creado corresponde, como no podía ser de otra manera, a la lengua y la cultura griegas: Griego jónico, Julio Pólux, Zeugma (métrica), Menófilo el Damasceno, Diipetés y un largo etcétera. He creado también artículos relacionados con la filología clásica, auxiliares por así decirlo (Thesaurus Linguae Graecae), especialmente biografías de los grandes nombres de las filologías clásica e indoeuropea (Eduard Schwyzer, Hermann Osthoff, Jacob Wackernagel, Tamaz Gamkrelidze…) y de nombres menores de filólogos clásicos españoles. De entre estos, recuerdo con especial cariño haber escrito el artículo de mi paisano Eustaquio Echauri, coautor de los diccionarios griego y latino usados por los escolares españoles de la segunda mitad del siglo XX, con los que me eduqué, y el de Francisco Villar Liébana, al que considero el mejor profesor que tuve en la universidad.

El segundo grupo de artículos más numeroso está formado por lugares (municipios, concejos, caseríos…) de mi tierra natal, Estella y sus alrededores: ahí están lugares que he pateado, como Grocin, Ubago o el Caserío de Echávarri, este con un solo habitante, y otros en los que todavía no he puesto el pie, como Arguiñáriz. Escribir sobre ellos, leer sobre la etimología de su nombre y hacer alguna foto para ilustrar el artículo de Wikipedia me entretuvo en muchas vacaciones de verano, y colmó mi añoranza del verano ya transcurrido durante algún mes de septiembre. De las fotos hechas, me gusta especialmente la de la Basílica de Nuestra Señora de Mendigaña, de Azcona, por el perrillo blanco que se coló en el primer plano y me di prisa en inmortalizar antes de que saliera del encuadre.

Basílica de Nuestra Señora de Mendigaña, Azcona (Navarra), con perrito blanco delante
Basílica de Nuestra Señora de Mendigaña, Azcona (Navarra), con perrito blanco delante. Foto: José M. Ciordia, CC By-Sa 4.0 Internacional.

Mucho menos numerosos son los artículos que dediqué a temas de náutica (Barra Flinders, Desvío de aguja…), a cantantes principalmente de jazz (Silje Nergaard, Andrea Motis…) o de otros palos (Nella Rojas), a pequeños paraísos en la tierra como la playa de Voidokiliá, al diseño gráfico y la tipografía (Enric Jardí i Soler, Gentium…), al desvarío del procès (Carlos Carrizosa, Laura Fàbregas…) o al más dulce desvarío de la arquitectura (Bing Thom, Los cuatro elementos de la arquitectura…), con especial dedicación a la arquitectura budista de la India (Cuevas de Bhaja, Satmahal Prasada…), que fui descubriendo a la par que traducía al español esos artículos que ya existían en la Wikipedia en inglés. En esta enumeración de querencias no puede faltar el pueblo de Ganuza, que dio el apellido a mi mejor amigo de las aulas de primaria, ya fallecido, y muchísimos años después me dio la ocasión de incorporar a Wikipedia en español a una parte de lo que más quiero. Explicit.

Ojo de San Prudencio, sobre Ganuza y el Valle de Allín, con silueta de adolescente

Coda. Hablando de números, hace poco escribí el artículo 250 de este blog que languidece («Vedrò con mio diletto» en español), y según Statcounter, las páginas de los varios sitios de internet que he escrito y publicado a lo largo de los años han recibido más de 2,5 millones de visitas. Vanitas vanitatis, et omnia vanitas.

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